viernes, 10 de mayo de 2013

TRINKOLANDIA....II PARTE








TRINKOLANDIA......
II PARTE
Los habitantes del país languidecían llenos de tristeza y desaliento; sin ilusiones, ni esperanzas. Algunos los más jóvenes se arriesgaron a internarse en lo más intrincado de la selva, tratando de escapar de aquella desgraciada tribu. Los más viejos se resignaban a vivir con la amenaza del hambre y el abandono, pendiendo sobre sus cabezas. Mientras, la clase dirigente con el rey Bobón I  y su familia a la cabeza, robaban a manos llenas sin importarles un ardite las necesidades del pueblo.



El primer ministro Baboy encerrado en su lujosa choza, se negaba sistemáticamente a bajar los impuestos aun cuando veía como el pueblo sufría, y la miseria se enseñoreaba de los pobres monitos. Los  impuestos confiscatorios que su ministro Bobontoro aplicaba al pueblo, a los únicos que beneficiaban eran a ellos y a sus amigotes, y hacían que el resto de simios viera empeorar sus condiciones de vida.
Algunos ancianos de la tribu intentaron hacerle razonar, pero fue en vano; él solo admitía a su presencia a las monas, Boba-yita y Boborés de Bohedal. Ambas se habían dado cuenta que si seguían haciéndole la pelota tan requetebién como hasta entonces, tenían el puesto asegurado para mucho tiempo.

Todas las mañanas Boba-yita se despertaba al alba para prepararle el desayuno a su amado Baboy. Le ofrecía una degustación de exquisiteces que las monitas cocineras habían elaborado durante la noche. Lo que más le gustaba eran las jugosas frutas maceradas en sangre de murciélago, los pétalos de rosas en almíbar con salsa de menudillos, el licor de fruta de la pasión al aroma de lagarto albino, amén de la mermelada de fresitas con musgo de las cumbres que era su preferida, y que la vicepresidenta, le extendía amorosamente sobre las tiernas hojitas de bambú. Boba-yita era una experta en adularle y mientras Baboy engullía el desayuno con desenfreno, ella le informaba de lo que él quería oír; que todos los monos de la tribu le adoraban, que les sobraba la comida, que eran muy felices y estaban encantados con su gobierno y blablablabla…….


Luego llegaba Boborés de Bohedal y seguía dándole coba otro rato más… Después se volvía a tumbar en su Chaise – longe que ya estaba medio rota de tanto uso, y se echaba una siestecita hasta la hora de comer. A eso del mediodía recibía a su ministro preferido; El ministro de Injusticia. Este sujeto era junto con el ministro de finanzas Bobontoro, lo peorcito de la tribu; Se hacía llamar Don Baberto Bobardón, y llevaba ocupando puestos de poder, desde que le salió el primer diente. 


Era descendiente por parte de padre de un orangután que había sido ministro, y por parte de madre era nieto de la mona Chita. Esto le hacía estar muy orgulloso de su estirpe y su pedigrí, y se pasaba el día hablando de ello dándose importancia. Era tan vanidoso, tan vanidoso, que los demás apenas le podían soportar. Pero cuando Baboy le recibía, Baberto dejaba de fardar, y se convertía en un perfecto pelota.


Hacía cualquier cosa en vez de cumplir con su obligación, y miraba para otro lado cuando alguna injusticia flagrante se producía en sus narices ¡¡Cualquier cosa, antes que indisponerse con sus cuates!!
La tribu estaba hundida y dividida como nunca, y así fue como los ambiciosos mandriles, viendo el lamentable espectáculo que daban los gobernantes, se envalentonaron y pidieron la independencia, pues querían formar su propia tribu; eso si, llevándose toda la riqueza que aún quedaba. 



Su caudillo Mas- Mandril I, se creía un mono superior porque su aullido era
diferente al de los demás, sonaba algo así como (scoltiiiiiiiii, lapelalapela), además tenía el culo rojo y pelón, y el muy lerdo, interpretaba esa diferencia, como si fuera un don superior. En realidad se trataba de un feo y mugroso ejemplar de mandril que, como todo el mundo sabe, son los bichos más repulsivos y traicioneros del mundo simiesco. Pero también se rodeó de una camarilla de sucios y repelentes monos en la que había gran profusión de monas descaradas e ignorantes, monas "chonis", y las pelanduscas más tiradas de toda la vecindad. Entre todos, le hicieron creerse el Mesías de la tierra prometida de los mandriles, y ahí siguen… dando guerra, y poniendo los nervios de punta a los que no son como ellos; unos traidores, ignorantes, avariciosos, piojosos y lame culos sin remisión.


Baboy mal aconsejado por su ministro favorito Baberto, empezó a ensayar un aullido especial para rivalizar con Mas-mandril, y al final consiguió que de su hocico saliera una especie de silbido que sonaba como (sbisbisbisss, vamejorvamejor, sbissbis) que nadie podía entender pero que, el malvado Baberto le dijo que quedaba, muy fino y muy chic. Cuando Mas-mandril I, le pidió una entrevista, lo único que se le ocurrió fue desafiarle a una sesión de aullidos, jugándose la escisión de la tribu de esta mezquina manera. Todavía sigue la competición… pero al parecer y según los entendidos, Mas- mandril va ganando por puntos.


Entre tanto, el Rey Bobón I se dedicaba a pendonear con todas las monas jóvenes y rubias que se le ponían a tiro, dejando de lado a la Reina Bobona que, hacía como que no se daba cuenta. Especialmente escandaloso fue cuando en lo más profundo de la crisis económica de su pueblo, cuando muchos de sus ciudadanos pasaban hambre y calamidades, se tuvo noticias de que andaba zascandileando por ahí con una mona de alto standing (rubia por supuesto) que se hacía llamar Princesa Bobina. 


Se trataba de una babuina de la alta sociedad que se las daba de fina, pero que en realidad, era una pelandusca aprovechada que se dedicaba a vivir a costa de los decrépitos monos más poderosos. En el transcurso de los preliminares amatorios, cuando quiso demostrarle su ímpetu amoroso, el Rey Bobón saltó desde una liana dándose golpes en el pecho mientras gritaba ¡¡Mira Bobina, mira como salto!! …. Patacrafffff… El  golpazo que se oyó, despertó a todos los animales de la selva que, creyeron que un terremoto hundía el cielo sobre sus cabezas. 


Pero no, no era un terremoto, se trataba  del ruido que produjo la estrepitosa caída del monarca, en la que estuvo a punto de matarse, y en la cual se fracturó una de sus patas, teniendo que ser evacuado por sus acompañantes para que le asistiera su curandero particular… ¡faltaría más!
Por su puesto se encargó un juego de muletas de diseño que aún están pagando los monitos de la tribu, y que como no podía ser menos, costaron un riñón…. Continuará.

1 comentario:

  1. Anónimo10.5.13

    ¡¡Genial!!. Una fábula muy buena. Me encanta como lo cuentas y las figuras de los simios son una pasada. Espero con interés la siguiente entrega
    Un saludo
    Juan

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