lunes, 14 de enero de 2019

FRANCISCO MOLINA OLMOS IN MEMORIAN






«Te perdiste los olores
de tu pueblo en el verano
de los trigos en las eras
de los mirtos y los nardos…»

─Mándame ropa de abrigo, Juan, que no puedo soportar el frío que hace aquí.
Esta frase iba incluida en una de las escuetas misivas que Francisco Molina Olmos, vecino de Olivares de Moclín, (Granada), prisionero en el Stalag VIII-C, Sagan, campo de prisioneros de guerra alemán en Silesia, actual Polonia, le enviaba a su hermano Juan, combatiente republicano con el grado de capitán que como muchos otros españoles, incluido su hermano menor, Francisco, y su cuñado, Antonio, padre de la que esto escribe, tuvieron que exiliarse en Francia huyendo de la represión franquista. Antonio regresó al poco tiempo fiándose de las promesas que los emisarios franquistas les hacían prometiéndole que no les pasaría nada. No fue verdad porque le encarcelaron nada más cruzar la frontera. Juan permaneció en Francia pero tuvo suerte y encontró trabajo en una granja donde la dueña le escondía cuando los nazis y los gendarmes les buscaban para enviarlos a los terroríficos campos de exterminio nazi.. Francisco fue apresado mientras trabajaba por y para Francia en las CTE y junto a otros muchos españoles fue trasladado al citado Stalag donde permaneció un año aproximadamente.
Juan era su único consuelo pues, con sus escasos ahorros, le mandaba paquetes con comida, tabaco y ropa.  
«..Ya cayeron las hojas de los árboles
Como cada otoño desde siempre
Y las nieves con toda su crudeza
Se hicieron perpetuas, omnipresentes…»

Francisco sobrevivió relativamente bien durante este tiempo gracias a la ayuda de su generoso y buen hermano, pero un día, sin previo aviso, le mandaron subir en un tren de ganado junto a otros 12 prisioneros españoles y les mandaron, vía Breslau, otra ciudad polaca, a Mauthausen, donde llegó el día 17 de Septiembre de 1941. Francisco no sospechaba que este traslado iba a suponer un calvario mucho peor que el sufrido en el Stalag de Sagan pero pronto pudo comprobar que sus padecimientos no habían hecho más que empezar.
Hacinados en barracones infectos, sin ropa de abrigo, sin comida y con unas temperaturas de muchos grados bajo cero, los prisioneros se arrebujaban unos con otros en un infructuoso intento de darse calor.
Pero, ¿qué calor podían darse unos cuerpos famélicos y enfermos?
La noche pasaba lentamente entre tiritonas y llantos ahogados. De madrugaba, los nazis, y kapos del campo aparecían para increparles, vejarles, humillarles, y llevarles al trabajo. Subir los 189 escalones cargados con una enorme piedra en sus espaldas, bajar, subir, volver a bajar… y así, durante todo el día.
Francisco está débil y su escuálido cuerpo no puede aguantar el ímprobo esfuerzo. Al mes siguiente, concretamente el día 20 de octubre, es trasladado a Gusen, «el matadero de españoles», donde las condiciones de vida son infinitamente peores que en Mauthausen.  Francisco enferma de los bronquios y el intenso frío de aquel invierno, la carencia de alimentos y los malos tratos que recibe, junto al durísimo trabajo a la intemperie, no contribuyen precisamente a su mejoría.
─¡Aguanta, chaval, aguanta!… o estos te matarán si te ven enfermo ─le susurra un compañero.
Francisco se hizo un hombre entre trincheras y cañonazos, luchando desde los 19 años cuando apenas era un niño, sabe de padecimientos y privaciones, de vivir en peligro, pero esta barbarie actual apenas la puede soportar. Piensa que es un mal sueño, una pesadilla que pronto terminará y podrá volver a su pueblo, a sus Olivares. Quizá aquella chica que tanto le gustaba, aún esté esperándole… quizá…
Aguanta unos pocos días más, sin perder la esperanza, sacando fuerzas de su férrea voluntad, y de su noble carácter. Piensa mucho en su hermano y en su familia del pueblo. Desde que le trasladaron no ha podido escribir. Ni siquiera se puede imaginar la desesperación de Juan cuando Cruz Roja le devuelve el último envío por no haber encontrado al destinatario.
El tiempo se acaba para Francisco. El día trece de Enero de 1942 cumplió 25 años, pero apenas fue consciente de ello. Tose mucho, tiene un fuerte dolor en el pecho que apenas le deja respirar. Está tan débil y enfermo que al día siguiente no puede levantarse para ir a trabajar y la fiebre le consume. A las 9 de la noche le van a buscar. Francisco cree que le llevan a la enfermería, pero no. Junto a otros prisioneros es obligado a subir a un camión y luego cierran las puertas. Es el camión de la muerte de Gusen, una cámara de gas móvil donde asfixiaban a los pobres que ya no eran útiles ni podían trabajar.
Francisco Molina Olmos fue asesinado el día 14 de enero de 1942 a las 9,25 de la noche. El día antes había cumplido 25 años.
Pero él no murió ese día porque siempre ha estado presente en los corazones de su familia que, a pesar de los años transcurridos, le honra y le honrará mientras quede una gota de sangre Molina en este mundo.
La historia de su vida la podéis conocer en el libro que su sobrina, Ana Molina, escribió. Se llama, La Carta que nunca pude Enviar. Editorial Punto Rojo.