jueves, 1 de noviembre de 2018

EL FOTÓGRAFO DE MAUTHASEN: Mi opinión.




Hoy he ido a ver la película, El fotógrafo de Mauthausen. Confieso que he ido sabiendo el mal rato que iba a pasar, pero también sentía curiosidad por ver con qué rigor histórico habían tratado un tema tan duro, tan doloroso y tan cercano. Yo bien sabía que la risueña faz de mi tío, Francisco Molina Olmos y de mi tite, Manuel Lucas Martínez, así como la de Juan Jiménez Herrera, un vecino de mi pueblo que corrió la misma suerte, estarían más presentes que nunca y sin poderlo evitar buscaría sus caras entre los actores, como si mis héroes fuesen a aparecer en la siguiente escena.
La primera decepción que me he llevado es presenciar la llegada de un contingente de prisioneros, apenas quince o veinte, sin estar rodeados por SS con sus perros. En la realidad, la llegada de prisioneros a la Estación de Mauthausen poco tenía que ver con lo que aparece en la película. Allí llegaban por miles, exhaustos por varios días de encierro en los vagones, sucios, sin apenas poderse mantener en pie. La mitad de ellos, en muchas ocasiones, llegaban muertos. Luego, los supervivientes, eran obligados a cruzar la población, subir andando los cinco km de cuesta que separan la estación del campo rodeados de soldados y de perros.
Tampoco me ha gustado que a Gusen I, el campo denominado «Matadero de españoles», donde murieron mis tres héroes, apenas sea nombrado (un par de veces, creo). Otro de los «olvidos históricos», a mi juicio, es ignorar a los demás prisioneros que se jugaron la vida al igual que Boix y hacer ver que casi todo el mérito fue suyo. También me ha parecido una tomadura de pelo que presenten al industrial Pochacher, que se enriqueció con el trabajo esclavo del llamado «Kommando Pochacher», como un caritativo ciudadano preocupado por la suerte de los integrantes del Kommando.
Los integrantes de este grupo, formado en su mayoría por los prisioneros más jóvenes, entre los que había muchos españoles, se jugaron la vida para sacar esos negativos del campo. Tampoco se ajusta a la verdad la toma de contacto con la señora Anna Poitner: no fue así ni mucho menos. Pero lo que ya me ha dejado sin palabras por ser inimaginable en aquel infierno, es que Boix diese una paliza a su jefe nazi, destrozara el laboratorio, y saliese con vida. Quien haya tenido esta «genial idea» se ha cargado de un plumazo el poco rigor histórico con el que un asunto tan serio y tan doloroso ha sido tratado. Todo ello sin menoscabar lo que Boix, desde su privilegiada posición en el campo, consiguió. Conclusión: lean cualquier libro sobre el tema si quieren saber de verdad lo que allí pasó.

Ana Molina