martes, 6 de diciembre de 2011

CUENTO DE NAVIDAD




Érase una vez un niño de siete años llamado Mario. Vivía con sus papas en una bonita casa, en la que tenía una preciosa habitación toda llena de  juguetes.
Sus padres y abuelos le adoraban y le colmaban de mimos y regalos. A veces recibía tantos obsequios a la vez, que no sabía cual escoger. Siempre jugaba solo y se  aburría mucho. Tenía muchas cosas, pero no tenía a nadie con quién compartirlas.

Era un buen niño, pero al ser hijo único, se crióó muy mimado y consentido. Sus padres tenían miedos injustificados, y no le estimulaban para que hiciera amistades en el colegio. Poco a poco se fue convirtiendo en un niño solitario y huraño. No sabía compartir las cosas, y esto le granjeo fama de repipi entre sus compañeros.

Mario sufría mucho y mostraba su malestar por la situación, siendo caprichoso y egoísta. Comía mal y desobedecía constantemente a sus padres y profesores, lo que le hacía ser un niño difícil y problemático.
Sus padres ya no sabían que hacer con él. Le castigaban y le levantaban el castigo, en una especie de ritual que siempre empezaba y terminaba de la misma forma.

Un día ya cerca de la Navidad, Mario fue con sus padres a un centro comercial para hacer unas compras. 
Todo estaba precioso lleno de luces y color. Había tiendas llenas de juguetes y se oían villancicos y música maravillosa.
El niño se quedó extasiado contemplando un hermoso árbol navideño todo lleno de adornos. Había tanta gente que costaba acercarse. Poco a poco se fue abriendo paso entre la muchedumbre para acercarse más, perdiendo de vista a sus padres.

Cuando quiso darse cuenta, se encontró perdido y sin saber donde se encontraba. Salió a la calle llamando a sus padres y buscándolos desesperadamente. Era ya noche cerrada y la oscuridad no le dejaba ver nada. Anduvo y anduvo sin rumbo fijo por los alrededores del centro, pero estaba tan aturdido que no se le ocurrió acercarse a los vigilantes. Cuando se dio cuenta de su situación, rompió a llorar amargamente y se acurrucó junto a unos cubos de basura. Tenía mucho frío y mucha hambre, y estaba muy asustado.
A pesar de todo se quedó dormido. Le despertó un ruido próximo, de alguien que hurgaba en los grandes cubos de basura. Intentó esconderse mejor para no ser visto, y sin querer, hizo ruido al tropezar, llamando la atención de las personas que buscaban.



Leandro y su pequeño nieto Pablo, pasaban por una dura situación que les obligaba a buscar alimentos donde podían. El niño había quedado al cargo de su abuelo al morir sus papas en un trágico accidente de trafico, y el pobre hombre, lo cuidaba lo mejor que podía con su escasa pensión.
Todas las noches cuando cerraban los comercios, cogían su carrito y se dedicaban a hurgar entre los desechos, para coger los alimentos que aun podían ser consumidos. Esto les permitía ir subsistiendo con dignidad. Nadie sabía que su situación era tan delicada ya que, Leandro, era un hombre orgulloso y culto y le avergonzaba tener que recurrir a estas prácticas. Su nieto Pablo le adoraba y a pesar de las circunstancias, crecía sano y feliz.

Cuando Leandro vio al pequeño Mario acurrucado tras el cubo, se enterneció y se acercó a él para ayudarle. Le vio tan asustado que se olvido de recoger los alimentos. 
Sin saber por que, a Mario no le asustaba la presencia del anciano. Se dejó coger de la mano y dócilmente les siguió. Una vez en la humilde vivienda de nuestros amigos, el niño entró en calor con un gran vaso de leche y galletas que le supieron a gloria.



Cuando recuperó las fuerzas les contó sus peripecias y les dijo los nombres de sus papas. Leandro pensaba llevarle a su casa al día siguiente muy temprano.
Los dos niños se acostaron en la pequeña cama de Pablo y empezaron a hablar entre ellos. Mario se dio cuenta de que Pablo no tenía más juguetes que un viejo  y destartalado camión al cual le faltaban varias piezas.
Muy intrigado le preguntó si él no recibía regalos. Pablo le dijo que ellos eran pobres y su abuelo no le podía regalar nada.
Aquella noche Mario tuvo una horrible pesadilla en la que pasaba hambre y frío. Fue tan real que se despertó asustado, encontrándose en aquella extraña y humilde casa. Ya no se pudo dormir, y estuvo pensando en todas las cosas que él tenía, y la poca atención que les prestaba.



Su buen corazón le hizo darse cuenta de lo afortunado que era, y empezó a valorar más a su familia y a su cómoda vida. No obstante, envidiaba la alegría de su benefactor y de su nuevo amigo. A pesar de su pobreza ellos eran felices y se conformaban con lo que tenían, no pidiendo más a la vida.
En la oscuridad de la noche tomó la decisión de ser mejor hijo, y no protestar tanto. Aquella experiencia le hizo madurar varios años.
A la mañana siguiente muy temprano Leandro averiguó el domicilio del niño, y se pusieron en camino. Mario iba contento y confiado y cuando vio a sus padres, les besó y abrazó con todas sus fuerzasmientras les contaba su aventura.



Sus padres que habían estado toda la noche buscándolo y muy preocupados, lloraban y reían de alegría. Se habían temido lo peor, y ahora, le habían recuperado.  
Muy emocionados dieron las gracias a Leandro y les invitaron a entrar en su casa. Mario subió a su habitación en compañía de Pablo y le mostró todos sus juguetes. Pablo se quedó asombrado contemplándolos y no dijo nada.  

 Cuando llegó el momento de despedirse, los padres de Mario invitaron a Leandro y a Pablo a pasar la Navidad con ellos.

Muy emocionados los niños empezaron a saltar de alegría. Se habían hecho buenos amigos en poco tiempo y aquella decisión, les hizo muy felices.



Cuando llegó la Nochebuena, Leandro y Pablo, ataviados con sus mejores galas, compartieron mesa con Mario y su familia. A los postres se repartieron los regalos. Estas Navidades Mario pidió en su carta a Papa Noël compartir todo con su amigo Pablo. Fue así como el niño, vio como le colmaban de preciosos regalos y multitud de juguetes. Con los ojos muy abiertos por el asombro, dio las gracias educadamente, dando al mismo tiempo, una gran lección a todos los presentes. Pablo no tenía apenas nada, pero era capaz de repartir amor, y compartir lo poco que poseía. 



Mario cambió desde aquel día, en parte gracias a la benéfica influencia de Pablo, y se convirtió en un niño cariñoso y responsable, educado y gentil. A partir de entonces, ambas familias formaron una sola, y ¡por fin! Mario pudo tener alguien con quien compartir, juegos y aventuras.


Fin

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