miércoles, 2 de noviembre de 2022

 

 LA VOZ QUEBRADA

 

 SINOPSIS

El brutal asesinato de un matrimonio de labriegos deja a sus hijos en el más absoluto desamparo. Sin embargo, Mariquilla, una misteriosa mujer con fama de bruja, sospecha que las cosas no sucedieron según cuenta la versión oficial, y así se lo comunica a Amelia, hija de la pareja asesinada, a la cual sus familiares abandonan en un hospicio junto a su hermanita Paula. A la edad de trece años, Amelia es entregada a una rica y respetable familia de la capital para trabajar como criada. Su inicial ilusión pronto se convierte en pánico al descubrir que sus señores no son lo que aparentan. Las miradas de lascivia de su dueño y la desaparición de dos jóvenes sirvientas, la llevan a sospechar que el matrimonio esconde algo siniestro. Sus temores se acrecientan cuando descubre dos tumbas sin nombre en el cementerio familiar que, sospecha, pertenecen a las desaparecidas. Amelia siente que está en peligro, que ella será la siguiente, y trata de escapar.

¿Logrará salir airosa de la trampa mortal que su dueño le tiende? ¿Conseguirá reencontrarse con su hermana y volver a su pueblo para averiguar la verdad? Un thriller trepidante que no podrás dejar de leer.

 UNA NOVELA DE ANA MOLINA

 

viernes, 10 de diciembre de 2021

 

...

Y después de meses de trabajo, de corregir, de intentar que todo él sea perfecto, por fin llegó a casa mi nueva "criatura".
Os presento a mi última novela, Los cálidos vientos del Sur.
¡Qué puede decir una madre de sus hijos!, que son maravillosos ¿verdad? Pues eso, por tanto, os animo a que lo compréis, seguro que os gustará. Los que estéis interesados poneros en contacto conmigo por Messenger o por whatsap en mi página de Facebook.
Muchas gracias.

viernes, 23 de octubre de 2020

 LOLA: MI HEROÍNA.

 

 




De estatura mediana, cuerpo prieto, ojos azules, piel blanca y delicada como la de un hada. Andares garbosos, porte señorial hasta vestida con una bata. Pelo recogido en la nuca, ropas humildes, limpias y zurcidas. Se casó joven y se quedó viuda con 39 años y embarazada de ocho meses de su sexto hijo. Ella, mujer de hierro no se amilanó cuando sus familiares miraron para otro lado y se quedó sola, abandonada a su suerte, con la única ayuda de sus dos hijos mayores, de quince y trece años. Niños que hubieron de convertirse en hombres antes de tiempo. Trabajo duro, mitad de sueldo aunque trabajaran como el que más, y ni una sola queja. Ambos asumieron el desamparo y la orfandad con entereza, con valentía y decisión, con amor inmenso hacia su madre y sus hermanitos pequeños. Ella era el puntal sobre el que descansaba toda la carga, pesada y agobiante carga que a veces la ahogaba. Pero ella era especial y procuraba que sus hijos tuvieran ropa y comida porque en su casa nunca faltó un plato de comida en la mesa, aunque algunas veces conseguirlo se convirtió en un milagro. Arroz con bacalao, potajes, pucheros, migas, gachas, papas guisadas y cuando había algo de dinero un poco de pescado fresco. Estos eran los menús de las gentes pobres del campo. En navidades un gallo de corral o un conejo gordito. Y qué ricos sabían, qué olores mágicos y sabores inigualables dejaban en los paladares aquellas parcas comidas donde todo estaba medido: dos cucharones para los mayores, un cucharón para los pequeños y lo que sobraba, a veces apenas unas cucharadas, para ella. Una rebanada de pan y de postre, de vez en cuando, una naranja partida en gajos para compartir o unos granos de granada. 

La vida eran mañanas apresuradas, desayunos con fundamento. Los pequeños a la escuela, los mayores a trabajar y ella, ella con un canasto de ropa sobre su cadera a lavar al río. Regreso apresurado con la ropa lavada, dar de comer a los animales, limpiar la cuadra, la casa, el corral, las conejeras... El sol fulgurante en el firmamento le indicaba la hora.

-¡Ay Dios mío, si ya son las doce!

Y eran las doce, ella lo sabía sin necesidad de mirar ningún reloj. Prisas, agobios, encendido del fuego y sobre las chisporroteantes llamas la sempiternas trébedes y sobre ellas la olla de porcelana donde se cocería la comida de esa jornada. 

Cada día era una repetición del anterior, una lucha contra reloj para llegar a todo, para mantener el orden y la disciplina en su familia. Y nunca se quejaba: ni un lamento, ni una mala cara, ni un solo momento de flaqueza, porque ella asumía con resignación que ese era su destino. A veces, sus ojos azules destilaban tristeza, otras esperanza, las más orgullo, orgullo al ver a sus hijos crecer sanos y formales. Ni uno sólo se le torció porque ella supo ser afectuosa y severa cuando la ocasión lo requería. Y en su madurez, cuando los tuvo encauzados y a su hija pequeña con sus estudios universitarios terminados, cuando ya pudo descansar y dedicarse a ser feliz, su rostro de madona se dulcificó y se permitió el lujo de relajarse. Y cuando sonreía era como si el aire acariciara con alas de mariposas y cuando le brillaban los ojos eran como ventanas abiertas al infinito y por ellos asomaba el orgullo que sentía con cada logro de sus hijos y cada nieto que le nacía. Porque ella era lo más parecido a una heroína de película que yo he conocido y sus manos, esas manos que tanto trabajaron siguieron siendo blancas y finas, unas manos de princesa. Ella se llamaba Lola y era mi madre.

 

 

 

 




 

martes, 1 de septiembre de 2020

 

La insoportable censura de «Feisbú»

Estimados lectores:

Es difícil entender en qué momento del camino hemos perdido el sentido de la proporcionalidad y los valores. La sociedad actual, carente de principios, se deja llevar por postulados extremistas en los cuales, las personas sensatas nos vemos inmersas, queramos o no, en una espiral de sinsentido donde cualquier comentario contrario a la moral imperante es examinado con lupa para facilitar el trabajo a los descerebrados censores de la red. Si no eres de izquierdas, piensas como ellos y actúas como ellos, no existes; mejor dicho, existes para que te ataquen, te insulten y te acusen de fomentar el odio y la discriminación. «Feisbú» y lo escribo mal a propósito, es un estercolero donde cada día vemos a la gentuza de Podemos insultando a los que no les ríen las gracias, les bailan el agua y comparten sus chaladuras. Vemos a políticos de ese grupo defendiendo a los okupas, esa gentuza que se adueña de las propiedades ajenas, o aleccionando a sus adeptos aconsejándoles que utilicen la violencia contra la Policía o fabriquen cocteles Molotov, etcétera, etcétera. Yo he visto videos del «Chepas», ese individuo que sufrimos a diario, que cobra de nuestros impuestos, y se está cargando nuestro Estado de Derecho, hablar pestes de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, retratándose con terroristas asesinos, alineándose con lo peor, de lo peor, de lo peor, y que yo sepa nadie le ha bloqueado en esas cloacas que son Twiter y Feisbú. Y qué decir del Hombre Ego de la Moncloa y sus homilías, sus mentiras y sus dejaciones de funciones, o de tantos otros que nos insultan porque tenemos criterios propios, somos heterosexuales y tenemos una moral firme.

Feisbú es como el gran hermano malévolo que nos describía George Orwell en su premonitoria novela 1984. Sinceramente, creo que van a la caza de los librepensadores y de las personas de ideología liberar o de derechas. Lo que está pasando en España es terrible. Yo, que viví la dictadura de Franco, he de decir que, al lado de esta dictadura de la izquierda española, aquello era de risa.

Yo personalmente estoy siendo machacada por el «estercolero FB» (léase Feisbú), Hace unos meses hice un comentario sobre la situación de Venezuela y me bloquearon durante 24 horas. El día 30 hice otro comentario de lo más inocuo, contestando a una publicación sobre unas declaraciones de la ínclita ministra de igual-da, que da lo mismo, porque «las perlas» que salían de su boca en esos momentos eran para llorar, pero llorar de impotencia y de vergüenza. Según esa «señora» todos los seres humanos teníamos que sentirnos unisexuales, es decir, que porque a ella le ha dado un flux tenemos que actuar como hombres aunque seamos mujeres y comportarnos como mujeres aunque seamos hombres. Mi comentario sobre el tema fue que la sexualidad es algo libre y que cada cual tiene que encontrar su camino sin criminalizar a nadie y que ya está bien de marginar a los heterosexuales entre los cuales me encuentro. Resultado: tres días bloqueada. Y no se puede hacer nada porque estos inquisidores de la red ni siquiera te dan opciones. Una vergüenza y un asco.

Por mi faceta de escritora necesito tener páginas en Internet por lo cual estos sinvergüenzas, de alguna forma, van a conseguir sus fines. A partir de ahora he de ser cuidadosa porque el próximo castigo será una semana bloqueada. Demencial.

 

viernes, 5 de junio de 2020

IN MEMORIAM


Se han ido en silencio, tal vez demasiado, callados y resignados como vivieron. Hombres y mujeres anónimos, gente obrera, de barrio humilde, llegada de todos los puntos cardinales de España. Ellos formaron el vecindario de lo que fue el antiguo Barrio del Pilar, un barrio de edificios grandes y pisos pequeños, sin zonas verdes, ni líneas de metro o autobuses que facilitaran su acercamiento a otros barrios de Madrid. Ellos fueron los pioneros, los que sólo tenían el microbús M-3 para ir a la Plaza de Callao, un autobús chiquito y amarillo. Entonces no existía la Vaguada, ni la Ciudad de los Periodistas. Cuando ellos vinieron a vivir aquí era como ir al fin del mundo. Pero aquí se quedaron y aquí criaron a sus hijos, y echaron raíces: extremeños, andaluces, castellanos, leoneses, asturianos, gallegos, etcétera. Todos convivieron sin problemas haciendo que el barrio se pareciera un poco a sus pueblos, a sus queridos y, entonces, lejanos terruños. Y ahora se han marchado, se han ido casi por la puerta de atrás, sin que nos enteráramos, aunque sí se nota en el paseo y en los bancos que algo pasa. Ayer supe que la mortandad en nuestro barrio ha sido atroz: diecisiete fallecidos en sólo dos plazas: Verín y Corcubión, ocho en un solo portal de la calle Ponferrada, y así podíamos seguir.
Ya no veremos más a la señora Pepa, ni al señor Francisco, el de la panadería, ni al bonachón de Emilio, que se nos ha ido sólo con 50 años, ni a la recompuesta vecina que era siempre la primera en la peluquería y después, con el buen tiempo, acudía a su cita diaria con sus amigas de tertulia bien guapa y repeinada, o aquella otra que, empujando su andador, avanzaba renqueante hasta su banco favorito donde se sentaba a ver pasar la gente hasta que otra solitaria figura se sentaba a su lado y entonces se sentía menos sola, porque ya tenía con quien hablar. Simplemente iba a eso, a tener contacto con el mundo exterior, porque ese ratico en la calle rompía la monotonía de su vida y le hacía vivir por unos minutos la ilusión de que aún podía gozar de las pequeñas cosas que hacen la vida amable. Y el abuelito de espalda encorvada que se apoyaba en su bastón y, arrastrando los pies, se daba su paseíto, cortito, porque las piernas aguantaban poco. Luego se juntaba con otros jubilados en el solicitado banco de la esquina y charlaban de sus cosas. Y se reían, y contaban chistes mil veces contados, y miraban cuando pasaba una chica guapa y aún les brillaban los ojitos pensando eso que pensamos los mayores cuando nos damos cuenta de cómo pasan los años «¡Quién pudiera volver atrás!»
Y quiero que este obituario sea para todos ellos, para los numerosos vecinos de mi querido Barrio del Pilar, que se han ido sin que podamos consolar a sus familias. Porque como ser humano me aterra pensar cómo habrán sido sus últimos días en la frialdad de un hospital, solos, sin sus familiares, sin sus hijos y nietos. Aterrorizados, aferrándose a la vida que se les escapaba. Y lo hago simplemente porque me duelen sus muertes, y aunque no sepa sus nombres, ellos saben que este homenaje es para ellos, para todos sin excepción, porque todos eran importantes y un día fueron jóvenes y vivieron sus vidas y sus pasiones lo mejor que supieron.
Porque ellos fueron seres magníficos, valientes, importantes en su entorno, pedazos de humanidad, puñados de risas, personas serias y trabajadoras, con su puntito de locura, la dulzura personificada con sus nietos, el motor de su vejez. Esos eran ellos, personas importantes, a veces niños, a veces pasión, a veces libertad, otras espacios infinitos, pero sobre todo, seres entrañables a los cuales siempre tendremos presentes. Porque algún día seremos como ellos y comprenderemos sus limitaciones, sus enfados, sus preocupaciones y cuando nos miremos en el espejo no nos veremos a nosotros, sino a ellos, a nuestros magníficos abuelos, nuestros muertos del Barrio del Pilar. Descansen en Paz.
Ana Molina: escritora
05/05/2020

jueves, 7 de mayo de 2020

SE LLAMABA EMILIO







SE LLAMABA EMILIO
Se llamaba Emilio y acababa de cumplir 50 años. Emilio era un hombre corriente, un vecino del barrio que luchaba por salir adelante trabajando en lo que salía. Yo le conocía de vista, de verlo por mi plaza. Emilio no llamaba mucho la atención; no era famoso, ni especialmente guapo, era lo que se dice un hombre sencillo, sin nada reseñable. Pero cuando le tratabas, Emilio se transformaba en un hombre amable y servicial y entonces ya le mirabas a los ojos y te dabas cuenta de cuánto se esforzaba por agradar.
Un día se me rompió un enchufe y no encontraba nadie que quisiera venir a reparármelo; eran los años de la bonanza económica y ningún electricista se dedicaba a las chapuzas. Alguien me dijo; llama a Emilio, es un manitas. Y así conocí a Emilio más de cerca; cuando vino a repararme un enchufe que llevaba meses roto y que nadie quería arreglarme porque no le compensaba. Luego fue la cisterna que goteaba, una puerta que no cerraba, un grifo chorreaba, etc. Pero yo ya no me preocupaba porque, si se averiaba algo, llamaba a Emilio que venía encantado con la sonrisa en la boca, y me hacía la chapucilla para ganarse un dinerillo en sus horas libres.
─Usted no se preocupe, tome mi teléfono y llámeme siempre que me necesite. Ahora tengo un trabajo fijo, pero ya encontraré un hueco.
Y yo le pagaba su trabajo y me sentía agradecida, porque sabía, que cuando me surgiera algún problema domestico, podría llamar a Emilio.
El día seis de marzo era viernes y entré en la farmacia de mi plaza y allí me encontré con Emilio. Le vi sudoroso y desmejorado esperando su turno para ser atendido
─¿Qué te pasa, Emilio, estás enfermo? ─Le pregunté.
─ No ando bien, no. Llevo un par de días con fiebre y diarreas. Ahora vengo del médico. Me ha dicho que es una gastroenteritis, voy a comprar las medicinas y me voy a la cama que estoy hecho polvo.
─Cuídate mucho ─dije, abandonando el establecimiento.
Sin saber por qué su aspecto febril se me quedó grabado, pero los españoles aún no teníamos miedo ni imaginábamos la magnitud de la tragedia que se avecinaba. Pasaron tres días y el Gobierno seguía sin tomar medidas, aunque el Covid-19 ya campaba a sus anchas por España, especialmente por Madrid, a causa de los numerosos actos multitudinarios que todos conocemos.
Durante esos días, al público sólo nos llegaban mensajes contradictorios que únicamente conseguían crear más confusión. «Que es como una gripe, que no corremos peligros, que en España no debemos temer una pandemia y bla bla bla».Y los ciudadanos moviéndonos de aquí para allá con total normalidad. Pero de pronto, el día 14,, el Gobierno decreta el estado de alarma y el confinamiento de la población.
Pero para Emilio ya era tarde. Emilio cumplió años el 22 de febrero y se premió a sí mismo con una tarde de futbol en el campo del Atlético de Madrid, ese fin de semana. Es casi seguro que allí se contagió, pero nadie supo darse cuenta del mal que le aquejaba hasta que fue tarde. Emilio empeoraba y su madre llamaba una y otra vez al ambulatorio, pero los médicos de cabecera ya no iban a los domicilios; atendían por teléfono.
─¡Que Emilio, mi hijo, está muy mal, que tiene mucha fiebre!
La voz al otro lado del teléfono preguntaba:
─¿Tiene sensación de falta de aire, se ahoga?
─No, sólo tiene mucha fiebre y diarrea.
─Señora, su hijo tiene una gastroenteritis
Y así pasaron unos días cruciales, hasta que Emilio, semi comatoso, el día 18 de marzo, al fin, fue trasladado al hospital en una ambulancia. Emilio ingresó directamente en la UCI, y cómo necesitaba intubación, le dejaron hablar unos segundos con su hija de doce años y con su madre antes de proceder. Fueron sus últimas palabras. Luego le sedaron y durante casi mes y medio estuvo ingresado sin saber que ya no saldría de allí. Cuarenta y cinco días de calvario para su familia hasta que la muerte le ganó la batalla el 30 de abril.
¿Pudo salvarse Emilio si las medidas de confinamiento se hubieran decretado antes? Nadie lo sabe, lo que es cierto e incuestionable es que el coronavirus ya se movía a velocidad de vértigo por Madrid a mediados de febrero
Este pequeño homenaje, que me nace del alma, se lo dedico a su familia y a él, si nos ve desde donde se encuentra ahora. Y también a todos los «Emilios» de España que se van de este mundo anónimamente porque no tienen quien les escriba un obituario.
¡Por ti, Emilio, mi «chapucillas» gentil!¡Nunca te olvidaré!
Ana Molina: escritora
07/05/2020