Maruja se enteró por Heliodoro del triste final de su marido. No se alegró. Rezó por él y lamentó la muerte de una persona tan joven. Pero por otro lado sintió un gran alivio al comprobar que era libre de nuevo para rehacer su vida.
Ella era muy admirada en sociedad. Su belleza y exquisitos modales, amén de su gracia y desparpajo, tenían encandilados a varios jóvenes que ignoraban su drama personal. Maruja trataba amablemente a todos, pero sin hacer concesiones que pudieran dar lugar a equivocaciones y malos entendidos.
Mantenía a sus pretendientes a distancia, y esto le granjeó fama de altiva. Nada más alejado de la realidad. Ella no quería iniciar ninguna relación sentimental porque no era libre y huía de más problemas en su vida.
Así que, cuando se supo liberada del yugo matrimonial, fue cuando empezó a disfrutar y a aceptar el galanteo de sus múltiples admiradores.
Un día recibió un telegrama urgente de Heliodoro en el que le comunicaba que su padre se encontraba gravemente enfermo. Le contó que, la llamaba a todas horas en su delirio y que posiblemente no duraría mucho.
Maruja sin pensarlo dos veces, hizo su equipaje y en compañía de Doña Polonia se puso en camino hacia su pueblo. Cuando llegaron a este en el carruaje de la dama, los lugareños atisbaban por las ventanas para enterase bien quienes eran. Fue Virtudes la primera que lo vio.
Salio corriendo como si de un heraldo se tratara, voceando a todo el mundo para que no perdieran detalle. Pronto un gran numero de niños y grandes salieron corriendo detrás del vehículo para no perderse nada.
Cuando el carruaje paró en la puerta de Antonio y vieron bajar a las dos hermosas y bien vestidas señoras, todos empezaron a especular quienes serian. Fue Milagros quien se dio cuenta de que una de ellas le resultaba familiar.
La curiosidad las carcomía sin saber quienes eran. Cuando llamaron a la puerta y apareció Filomena, observaron como la más joven de las dos se arrojaba a sus brazos y emocionada la llamaba tía.
La buena señora se quedó sin habla, pero la intuición le dijo que aquella esplendorosa joven que llamaba a su puerta era su desaparecida sobrina.Muy emocionada la abrazó con fuerza y ambas rompieron a llorar mansamente, delante de todo el pueblo concentrado en la plaza.
Maruja entró en la casa y se dirigió hacia la habitación donde su padre languidecía de tristeza y soledad. Se acercó al lecho y se sentó a su lado cogiéndole una mano. Antonio, que tenia los ojos cerrados los abrió al sentir el suave contacto, y en su delirio creyó estar en el cielo ante un hermoso ángel.
Cuando oyó a su hija llamarle padre, creyó que ya estaba con Dios. Cerró los ojos de nuevo y solo la presencia de su hermana Filomena que le llamaba, le hizo abrirlos de nuevo. Fue entonces cuando se dio cuenta que no estaba en el cielo, pero el hermoso ángel seguía a su lado llorando emocionada.
Cuando oyó a la hermosa joven decirle ¡padre perdóname! un momento de lucidez le hizo comprender que aquella era su hija desaparecida. Se incorporo en el lecho y con voz ahogada le dijo:¡Hija mía!¡ perdóname tu a mi!, Dios se ha apiadado de mi y me ha permitido verte antes de morir.
Fue un encuentro desgarrador, todos los presentes lloraban dulcemente. Maruja y su padre no dejaban de abrazarse y besarse , llorando y riendo al mismo tiempo.El Medico avisado por Heliodoro entro en la casa y cuando vio a su paciente, comprobó que sus temores eran infundados. Aquella aparición inesperada de su hija parecía haberle devuelto la salud.
En los días sucesivos Antonio ya se pudo levantar y dar cortos paseos del brazo de su hija que le contó todo lo transcurrido en aquellos años de ausencia.
Antonio recobró lentamente la salud, especialmente la del alma al recobrar a su hija y comprobar como ésta se había sabido sobreponer a todas las vicisitudes y adversidades que el destino le puso en su camino con tan pocos años. Maruja había sabido superar su error de juventud, y salir adelante de una manera ejemplar.
Las malas lenguas del pueblo tuvieron tema de conversación para los días sucesivos.
Heliodoro, asistió desde su farmacia a todos los sucesos de los días pasados. No había vuelto a ver a Maruja desde, los días posteriores a la muerte de Pepito. Sabia que no era el momento adecuado para hablarle de sus sentimientos. Su amor por ella era arrollador pero quería ser correspondido de la misma forma. Un día recibió la visita de su amada en la botica. Maruja también se había dado cuenta de los sentimientos del joven y algo en su interior le decía que era el hombre de su vida.
Muy serena le dijo si podían hablar y Heliodoro la hizo pasar a la rebotica. Una vez solos muy dulcemente le pregunto si la quería. Heliodoro la miro a los ojos y con voz queda le contestó: Te adoro. Fue todo lo que hablaron. Se fundieron en un largo y dulce beso, en el que su amor se abrió como un volcán en erupción. En ese momento los dos se entregaron su alma y su futuro.