TRINKOLANDIA......
II PARTE
Los habitantes del país languidecían llenos de tristeza y desaliento;
sin ilusiones, ni esperanzas. Algunos los más jóvenes se arriesgaron a
internarse en lo más intrincado de la selva, tratando de escapar de aquella
desgraciada tribu. Los más viejos se resignaban a vivir con la amenaza del
hambre y el abandono, pendiendo sobre sus cabezas. Mientras, la clase dirigente
con el rey Bobón I y su familia a la
cabeza, robaban a manos llenas sin importarles un ardite las necesidades del
pueblo.
El primer ministro Baboy encerrado en su lujosa choza, se
negaba sistemáticamente a bajar los impuestos aun cuando veía como el pueblo sufría,
y la miseria se enseñoreaba de los pobres monitos. Los impuestos confiscatorios que su ministro
Bobontoro aplicaba al pueblo, a los únicos que beneficiaban eran a ellos y a
sus amigotes, y hacían que el resto de simios viera empeorar sus condiciones de vida.
Algunos ancianos de la tribu intentaron hacerle razonar, pero
fue en vano; él solo admitía a su presencia a las monas, Boba-yita y Boborés de
Bohedal. Ambas se habían dado cuenta que si seguían haciéndole la pelota tan requetebién
como hasta entonces, tenían el puesto asegurado para mucho tiempo.
Todas las mañanas Boba-yita se despertaba al alba para
prepararle el desayuno a su amado Baboy. Le ofrecía una degustación de
exquisiteces que las monitas cocineras habían elaborado durante la noche. Lo
que más le gustaba eran las jugosas
frutas maceradas en sangre de murciélago, los pétalos de rosas en almíbar con salsa de menudillos, el
licor de fruta de la pasión al aroma de lagarto albino, amén de la mermelada de fresitas con musgo de las cumbres que era su
preferida, y que la vicepresidenta, le extendía amorosamente sobre las tiernas
hojitas de bambú. Boba-yita era una experta en adularle y mientras Baboy engullía
el desayuno con desenfreno, ella le informaba de lo que él quería oír; que
todos los monos de la tribu le adoraban, que les sobraba la comida, que eran
muy felices y estaban encantados con su gobierno y blablablabla…….
Luego llegaba Boborés de Bohedal y seguía dándole coba otro
rato más… Después se volvía a tumbar en su Chaise – longe que ya estaba medio
rota de tanto uso, y se echaba una siestecita hasta la hora de comer. A eso del
mediodía recibía a su ministro preferido; El ministro de Injusticia. Este
sujeto era junto con el ministro de finanzas Bobontoro, lo peorcito de la
tribu; Se hacía llamar Don Baberto Bobardón, y llevaba ocupando puestos de
poder, desde que le salió el primer diente.
Era descendiente por parte de padre de un orangután que había sido
ministro, y por parte de madre era nieto de la mona Chita. Esto le hacía estar
muy orgulloso de su estirpe y su pedigrí, y se pasaba el día hablando de ello dándose importancia. Era
tan vanidoso, tan vanidoso, que los demás apenas le podían soportar. Pero cuando
Baboy le recibía, Baberto dejaba de fardar, y se convertía en un perfecto pelota.
Hacía cualquier cosa en vez de cumplir con su obligación, y
miraba para otro lado cuando alguna injusticia flagrante se producía en sus
narices ¡¡Cualquier cosa, antes que indisponerse con sus cuates!!
La tribu estaba hundida y dividida como nunca, y así fue como
los ambiciosos mandriles, viendo el lamentable espectáculo que daban los gobernantes,
se envalentonaron y pidieron la independencia, pues querían formar su propia
tribu; eso si, llevándose toda la riqueza que aún quedaba.
Su caudillo Mas- Mandril I, se
creía un mono superior porque su aullido era
diferente al de los demás, sonaba algo así como (scoltiiiiiiiii,
lapelalapela), además tenía el culo rojo y pelón, y el muy lerdo, interpretaba
esa diferencia, como si fuera un don superior. En realidad se trataba de un feo
y mugroso ejemplar de mandril que, como todo el mundo sabe, son los bichos más
repulsivos y traicioneros del mundo simiesco. Pero también se rodeó de una
camarilla de sucios y repelentes monos en la que había gran profusión de monas
descaradas e ignorantes, monas "chonis", y las pelanduscas más tiradas de toda la vecindad.
Entre todos, le hicieron creerse el Mesías de la tierra prometida de los mandriles, y ahí siguen…
dando guerra, y poniendo los nervios de punta a los que no son como ellos; unos
traidores, ignorantes, avariciosos, piojosos y lame culos sin remisión.
Baboy mal aconsejado por su ministro favorito Baberto, empezó
a ensayar un aullido especial para rivalizar con Mas-mandril, y al final consiguió
que de su hocico saliera una especie de silbido que sonaba como (sbisbisbisss,
vamejorvamejor, sbissbis) que nadie podía entender pero que, el malvado Baberto
le dijo que quedaba, muy fino y muy chic. Cuando Mas-mandril I, le pidió una
entrevista, lo único que se le ocurrió fue desafiarle a una sesión de aullidos, jugándose la escisión de la tribu de esta mezquina manera. Todavía sigue la competición…
pero al parecer y según los entendidos, Mas- mandril va ganando por puntos.
Entre tanto, el Rey Bobón I se dedicaba a pendonear con todas
las monas jóvenes y rubias que se le ponían a tiro, dejando de lado a la Reina
Bobona que, hacía como que no se daba cuenta. Especialmente escandaloso fue
cuando en lo más profundo de la crisis económica de su pueblo, cuando muchos de
sus ciudadanos pasaban hambre y calamidades, se tuvo noticias de que andaba
zascandileando por ahí con una mona de alto standing (rubia por supuesto) que
se hacía llamar Princesa Bobina.
Se trataba de una babuina de la alta sociedad que
se las daba de fina, pero que en realidad, era una pelandusca aprovechada que
se dedicaba a vivir a costa de los decrépitos monos más poderosos. En el
transcurso de los preliminares amatorios, cuando quiso demostrarle su ímpetu
amoroso, el Rey Bobón saltó desde una liana dándose golpes en el pecho mientras
gritaba ¡¡Mira Bobina, mira como salto!! …. Patacrafffff… El golpazo que se oyó, despertó a todos los
animales de la selva que, creyeron que un terremoto hundía el cielo sobre sus cabezas.
Pero
no, no era un terremoto, se trataba del ruido
que produjo la estrepitosa caída del monarca, en la que estuvo a punto de
matarse, y en la cual se fracturó una de sus patas, teniendo que ser evacuado
por sus acompañantes para que le
asistiera su curandero particular… ¡faltaría más!
Por su puesto se encargó un juego de muletas de diseño que aún
están pagando los monitos de la tribu, y que como no podía ser menos, costaron
un riñón…. Continuará.
¡¡Genial!!. Una fábula muy buena. Me encanta como lo cuentas y las figuras de los simios son una pasada. Espero con interés la siguiente entrega
ResponderEliminarUn saludo
Juan