Érase un lejano país llamado Trinkolandia, situado por la madre
Naturaleza en un privilegiado lugar. Lo tenía todo; ríos, montañas, sol, nieve,
mares…. Durante un largo periodo fue gobernado por un siniestro personaje,
mitad tití y mitad babuino que, rigió los destinos del pueblo con férrea y
dura mano. La tribu pasaba hambre y calamidades sin cuento, los pequeños crecían
sin saber su historia y con graves carencias nutricionales. Todo era miseria y
tristeza en aquel maravilloso lugar, solo oscurecido por el sufrimiento de sus
habitantes, y la baja estofa de sus dirigentes.
Allí, solo los miembros de la tribu más cercanos al mandamás y
sus allegados, comían bien, y vivían con
desahogo. El resto trabajaba de sol a sol, viéndose obligados a emigrar a
tierras lejanas, abandonando a sus familias, para ir a buscar el sustento y no
morirse de hambre y miseria. La libertad, ese bien supremo, no existía, y el
pequeño personaje se perpetuó en el poder al frente de la tribu hasta su
muerte. Como todos los seres mediocres trató de dejar todo atado y bien atado,
eligiendo para que siguiera su estela y reglamentos, un joven y rubio ejemplar de simio, descendiente de una aristocrática
familia de babuinos.
El joven simio fue educado bajo la égida del añoso gobernante,
en un infructuoso intento de dar continuación a lo que según él, era mejor para
la tribu.
A la muerte del decrépito personaje, el aristocrático babuino asumió
el poder a título de rey con el nombre de Rey Bobón I de Trinkolandia.
Los habitantes de Trinkolandia lo recibieron con una mezcla de
esperanza y escepticismo y muchos vaticinaron un fugaz reinado. No obstante el
rey Bobón se afianzó en el poder y permitió una rebaja de sus poderes para
contentar a los mandriles que, junto con los orangutanes eran los más
contestatarios.
Los mandamases de la tribu pronto se ocuparon de cambiar las
leyes y promulgar otras nuevas, para garantizar la impunidad a toda la clase
dirigente, y que pudieran cometer sus latrocinios sin temor a ser juzgados por
ello.
El primer ministro de la nueva era, fue un chimpancé bastante
honrado y leal llamado Bobarez; un poco ingenuo, pero bien intencionado. Duró
poco; los mismos que él ayudó a subir, le abandonaron cuando no lograron las
riquezas que pretendían. Le sucedió en la jefatura del Gobierno, Gorila Gongalez,
un cruce de mono bonobo y gorila de Gambia, que era más listo que el anterior,
pero mucho más malo.
Durante el largo periodo de su jefatura permitió que los monos
de su familia, allegados, simpatizantes, monas pelanduscas, monos depravados y
demás fauna, robaran a manos llenas, dejando la tribu al borde de la hambruna.
Después de unas reñidas elecciones en las que se enfrentó a un
mono pequeñito, mezcla de mono araña y mono aullador, pero con muy mala leche, perdió
la jefatura a pesar de que prometió a sus votantes que si salía elegido, les premiaría
con unas mondas de bananas.
El pequeño ganador de nombre Baznarín, gobernó la tribu con
mano firme en los primeros tiempos. Se propuso que todos los primates
estuvieran ocupados ya que, no quería ver a nadie ocioso. Los puso a casi todos
a construir refugios con ramas y hojas de banano. Tantas construyeron que
pronto los precios subieron a las nubes. Si antes un refugio familiar se conseguía
pagando con dos támaras de bananas, y tres docenas de papayas, a partir de ese boom
inmobiliario, las pobres familias tenían que entregar a los constructores,
veinticinco támaras de bananas y doscientas papayas. Esto hizo que las familias
de monos estuvieran entrampadas hasta las cejas, y tuvieran que dar parte de su
alimento a los incansables amigos del nuevo mono-fuerte, so pena de ser desahuciados,
y dejados a la intemperie.
Aparentemente la economía había mejorado y nuestro héroe se
dedicó a viajar a las tribus cercanas, inflado de vanidad y suficiencia. Se
convirtió en un mono viajero; siempre estaba de aquí para allá. A quien más le
gustaba visitar era a un desagradable mandril llamado Bus-bus que dirigía la tribu más
poderosa conocida. Era terrorífico, siempre estaba metido en trifulcas contra
los más débiles, demostrando de esta forma su poderío.
Pero nuestro pequeñín se cansó de su cargo y decidió
abandonarlo dejando en su lugar a uno de sus más significados pelotas; Baboy.
Baboy era un mono de gran envergadura mezcla de mono de borneo
y gorila de las llanuras. Era grande y peludo, de aspecto intimidante y de aparente
laboriosidad.
No obstante estar casi convencidos de que los primates
votantes le elegirían como nuevo jefe, un inesperado acontecimiento vino a dar
al traste con las expectativas. Un terrible atentado provocado, acabó con la
vida de 200 integrantes de la tribu y dejó malheridos a 1500 más. Fue un crimen
organizado con el único fin de alterar la voluntad de los monos votantes que, tenían
que elegir jefe a los dos días. Los estupefactos primates, manipulados desde las
sombras por las perversas mentes de los que organizaron el asesinato, hicieron
exactamente lo que estos habían previsto, y salió elegido nuevo primer Ministro
un desconocido y sonriente mono, mezcla de macaco y mono ardilla, de nombre Batatero.
Quizá si sus votantes hubieran sabido que la mezcla de ambas especies es letal,
y solo da monos medio lelos, se lo hubieran pensado un poco, pero ¡Claro! nadie
se lo advirtió.
Cuando el sonriente personaje asumió el poder y empezó a cometer
locura tras locura, los habitantes de Trinkolandia se empezaron a dar cuenta de
la ruina que se avecinaba. Batatero repartía los plátanos y el alimento de su
pueblo entre sus amigos y pelotas más cercanos, que a su vez, lo despilfarraban
de la forma más irritante que imaginarse puedan. Nombró ministras de las más
absurdas tonterías, a una colección de monas de las más tontas y mediocres que
encontró y que, apenas sabían hacer nada. Solo estaban preocupadas en hacerse mechas rubias en sus pelambreras para rivalizar entre ellas.
Con este panorama dirigente, la tribu cayó en el más absoluto
caos, dilapidando en poco tiempo las reservas de alimentos, y dejando a los
pobres monitos viejos, enfermos y desheredados de la fortuna, al borde de la
miseria.
El pueblo llano se mesaba la cabeza clamando horrorizados al hechicero
de la tribu más cercana algún remedio para desalojar del poder a semejante colección
de idiotas. Acuciados por las tribus de los alrrededores que estaban alarmadas por el despilfarro
de la clase dirigente, Batatero decidió convocar elecciones anticipadas donde
ganó con mayoría absoluta el primate Baboy.
Los pobres monitos respiraron aliviados ¡Nada podía ser peor
que el anterior periodo! Craso error.
Lo primero que hizo Baboy fue rodearse de una cohorte de
anodinas monas y monos, más preocupados de sus trajes y sus look, que de
arreglar el caos económico en el que estaba sumida la tribu. Inmediatamente
subieron los impuestos de la forma más vergonzosa posible, dejando a las pobres
familias simiescas al borde del colapso. Cerraron las escuelas de monos o las
redujeron a la mitad, dejaron sin asistencia sanitaria a los pobres enfermos y
lesionados. Prohibieron casi todo. No se podía trabajar porque no había trabajo.
Los simios pasaban hambre y eran echados de sus refugios dejándolos sin techo
donde guarecerse en las largas y frías noches…
Mientras, el primer ministro Baboy, se hizo instalar en su
choza una elegante chaise- longe, donde pasaba los días tumbado, mientras era abanicado
por la vicepresidenta Boba-yita, una mona pequeñita y regordeta con muy malas
pulgas, pero que le adulaba como nadie. ¡Había que verla con que esmero le
quitaba las miguitas y los piojillos que anidaban en sus largas barbas!
Esta cercanía despertó pronto los celos y la rivalidad de la
mona- secretaria: Boborés de Bohedal que, se empeñó en desacreditar a la monita
preferida de Baboy, pero no lo consiguió, aunque a punto estuvo. Entonces para
ganarse sus favores, se dedicó a esparcir ramitas de muérdago y pétalos de
flores al paso de su jefe lo que complacía mucho a este y le hacía creerse un nuevo Cesar redivivo. Un día estuvieron a
punto de arrancarse la pelambrera entre ellas, mientras rivalizaban y le
adulaban sin descanso. Fuera el pueblo sufría, y ellos se dedicaban a decir que todo iba a
ir mucho mejor en el futuro mintiendo descaradamente. Lo que hacían las
ministras era irse de compras por el barrio de las Monas elegantes, y tomar el té
en Embassy un lujoso local donde acudían los monos ricos y todos los pijos de
la tribu.
Baboy dejó las finanzas en manos de lo peorcito que encontró;
un mono pelón de nombre Bobontoro, descendiente de un ancestro mordido por un vampiro transilvano,
que le legó como rasgo genético principal, además de cara de vampiro, el vicio
de chuparle la sangre a todo bicho viviente. Y en esas andan… Continuará
ers mi idolo Mª Jose
ResponderEliminarme alegro que te haya gustado amigo. Esta es la primera parte; habrá una segunda si Dios quiere. Un abrazo
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