Una vez trazado el plan por Casimiro y Majarona, Berta, Loles, Marujita y Pancho se pusieron de acuerdo para llevarlo a cabo lo antes posible. Majarona, la mas perversa de todas, les había dado las indicaciones de la mejor forma de hacerlo. Esta vieja y fea gallina tenía un canasto de mimbre donde guardaba sus trastos y se lo prestó a las envidiosas gallinas y al vengativo Pancho para que tendieran una trampa a los pollitos de Manuela y Rufo. El plan trazado consistía en volcar el canasto y atraer a los polluelos al interior del mismo y una vez dentro tirarlo al agua del pequeño río, para que se los llevara la corriente y así hacer sufrir a la hermosa pareja. Así que, un día en el que los amorosos padres sacaron de paseo a sus hijitos, les esperaron muy escondidos en la orilla del cantarín arroyuelo, y cuando pasaron por allí llamaron la atención, de los revoltosos Gordito y Pio-Pio que siempre se quedaban atrás buscando aventuras.
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Cuando vieron la ocasión llamaron su atención y los pollitos acudieron inocentes a curiosear, quedando rezagados de sus padres y del resto de sus hermanos. El pérfido Pancho enganchó a uno por las alitas y Berta al otro y ¡¡¡ZAS!! al cesto. Una vez dentro cerraron la tapa y lo empujaron hacia lo mas profundo del río, allí donde había más agua, dejándolo a merced de la corriente.
El cesto fue arrastrado río abajo, entre los píos, píos de los indefensos polluelos. ¡¡AH!! pero de lo que no se habían dado cuenta los delincuentes es que dentro del cesto, también iban los traviesos y juguetones gatitos, hijos de Pancho y la bella Mimí; Oscar y Leo. En su inocencia habían entrado a curiosear y habían quedado enredados en un ovillo de lana vieja olvidado. Así que, cuando el cesto fue lanzado al río, su padre no podía ni imaginar, que iban sus hijos dentro del canasto.
Manuela y Rufo no se habían percatado de la falta de Gordito y Pio-Pio. Acostumbrados como estaban a que siempre se quedaran atrás curioseando, ellos habían continuado su alegre marcha, entre cantos y píos, píos. Cuando ya todos estaban cansados de pasear y picotear, decidieron dar la vuelta para volver a su corral, y fue entonces cuando, aterrados se dieron cuenta de que faltaban dos de sus pequeños.
Emitiendo kikirikiss y cofcof de terror fueron a toda prisa a la granja a buscar al granjero y con desesperación le contaron la situación. Allí se encontraron a la bella Mimí llorando desconsolada. Ella entre sollozos les contó que no encontraba a sus hijitos. Lanzaba desgarradores marramiaos, y lloraba sin cesar. El bueno de Perico, conmovido por los lamentos de la gatita estaba intentando localizar a los gatitos en el pajar, y fue entonces cuando vio a su gallina favorita correr despavorida hacia él. Dejó momentaneamente la búsqueda y labores de siega y la siguió hacia el lugar donde habían estado paseando para ayudarla a encontrarlos. Fueron seguidos por Mimí que había tenido un presentimiento. El buen hombre trataba de consolarlas a ambas como podía, pero Manuela y Mimí junto con Rufo, estaban locos de dolor y solo sabían dar gritos sin descanso.
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Nuestros amigos los palomos Kuquito y Blanquito, que ya en su día habían advertido a nuestros amigos, de que en el gallinero estaban tramando alguna maldad, no les habían perdido de vista desde las alturas, observando a todos desde su palomar. Esto les había permitido ver un cesto bajando por el arroyo. Muy extrañados, se quedaron observando, cuando vieron a todos los amigos bajar corriendo por la orilla, siguiendo a Perico ya no les cupo duda alguna de que algo grave estaba ocurriendo. Dispuestos a ayudar acudieron presurosos para contar lo que habían visto, indicando al granjero sus sospechas.
El gato Pancho y las dañinas aves, estaban disfrutando como locos con la situación creada, escondidos entre unas matas. Los muy sinvergüenzas reían y se felicitaban de lo bien que había salido su plan.
El malcarado Pancho, quedó muy extrañado cuando vio llegar a Mimí llorando desesperada y sintió curiosidad. El muy ladino fingiendo sorpresa y consternación se acercó al grupo, y entonces se enteró de que sus hijos también habían desaparecido. Muy alarmado se unió a los demás, fingiendo dolor y pena por la desaparición de los pollitos, pero alegrándose y disfrutando en el fondo.
Corrían río abajo y con la ayuda de Blanquito divisaron el cesto que bajaba dando tumbos y estaba a punto de hundirse repleto de agua. Pudieron oír los llantos de gatitos y pollitos que estaban aterrorizados y a punto de ahogarse. El granjero saltó a unas rocas del cauce con peligro de su vida. ¡ Dios sabe como! consiguió enganchar el cesto con un rastrillo y acercarlo a la orilla. Mojados y temblorosos, nuestros pequeños amigos salieron, muy asustados pero sanos y salvos saltando gozosos a las amorosas plumas y lindo pelo de sus progenitoras, que les acogieron amorosas y llorando de felicidad.
Perico se dio cuenta de que el trágico suceso había tenido unos culpables claros y definidos. Sin escuchar los lamentos de Filomena, su esposa que clamaba perdón para su querido Pancho, decidió que todos los implicados en la trama debian abandonar la Granja feliz lo antes posible.
Un buen día pasó por la Granja un amigo de Perico buscando gallinas para su corral y el granjero le vendió a precio de saldo a Berta, Loles, Marujita, Casimiro y Majarona, y de regalo le entregó al gato Pancho.
Desde entonces la felicidad y la armonía reinan en la hermosa Granja Feliz, de donde fue erradicada la envidia y la maldad.
FIN