SE LLAMABA EMILIO
Se llamaba Emilio y acababa de cumplir 50 años. Emilio era un hombre corriente, un vecino del barrio que luchaba por salir adelante trabajando en lo que salía. Yo le conocía de vista, de verlo por mi plaza. Emilio no llamaba mucho la atención; no era famoso, ni especialmente guapo, era lo que se dice un hombre sencillo, sin nada reseñable. Pero cuando le tratabas, Emilio se transformaba en un hombre amable y servicial y entonces ya le mirabas a los ojos y te dabas cuenta de cuánto se esforzaba por agradar.
Un día se me rompió un enchufe y no encontraba nadie que quisiera venir a reparármelo; eran los años de la bonanza económica y ningún electricista se dedicaba a las chapuzas. Alguien me dijo; llama a Emilio, es un manitas. Y así conocí a Emilio más de cerca; cuando vino a repararme un enchufe que llevaba meses roto y que nadie quería arreglarme porque no le compensaba. Luego fue la cisterna que goteaba, una puerta que no cerraba, un grifo chorreaba, etc. Pero yo ya no me preocupaba porque, si se averiaba algo, llamaba a Emilio que venía encantado con la sonrisa en la boca, y me hacía la chapucilla para ganarse un dinerillo en sus horas libres.
─Usted no se preocupe, tome mi teléfono y llámeme siempre que me necesite. Ahora tengo un trabajo fijo, pero ya encontraré un hueco.
Y yo le pagaba su trabajo y me sentía agradecida, porque sabía, que cuando me surgiera algún problema domestico, podría llamar a Emilio.
El día seis de marzo era viernes y entré en la farmacia de mi plaza y allí me encontré con Emilio. Le vi sudoroso y desmejorado esperando su turno para ser atendido
─¿Qué te pasa, Emilio, estás enfermo? ─Le pregunté.
─ No ando bien, no. Llevo un par de días con fiebre y diarreas. Ahora vengo del médico. Me ha dicho que es una gastroenteritis, voy a comprar las medicinas y me voy a la cama que estoy hecho polvo.
─Cuídate mucho ─dije, abandonando el establecimiento.
Sin saber por qué su aspecto febril se me quedó grabado, pero los españoles aún no teníamos miedo ni imaginábamos la magnitud de la tragedia que se avecinaba. Pasaron tres días y el Gobierno seguía sin tomar medidas, aunque el Covid-19 ya campaba a sus anchas por España, especialmente por Madrid, a causa de los numerosos actos multitudinarios que todos conocemos.
Durante esos días, al público sólo nos llegaban mensajes contradictorios que únicamente conseguían crear más confusión. «Que es como una gripe, que no corremos peligros, que en España no debemos temer una pandemia y bla bla bla».Y los ciudadanos moviéndonos de aquí para allá con total normalidad. Pero de pronto, el día 14,, el Gobierno decreta el estado de alarma y el confinamiento de la población.
Pero para Emilio ya era tarde. Emilio cumplió años el 22 de febrero y se premió a sí mismo con una tarde de futbol en el campo del Atlético de Madrid, ese fin de semana. Es casi seguro que allí se contagió, pero nadie supo darse cuenta del mal que le aquejaba hasta que fue tarde. Emilio empeoraba y su madre llamaba una y otra vez al ambulatorio, pero los médicos de cabecera ya no iban a los domicilios; atendían por teléfono.
─¡Que Emilio, mi hijo, está muy mal, que tiene mucha fiebre!
La voz al otro lado del teléfono preguntaba:
─¿Tiene sensación de falta de aire, se ahoga?
─No, sólo tiene mucha fiebre y diarrea.
─Señora, su hijo tiene una gastroenteritis
Y así pasaron unos días cruciales, hasta que Emilio, semi comatoso, el día 18 de marzo, al fin, fue trasladado al hospital en una ambulancia. Emilio ingresó directamente en la UCI, y cómo necesitaba intubación, le dejaron hablar unos segundos con su hija de doce años y con su madre antes de proceder. Fueron sus últimas palabras. Luego le sedaron y durante casi mes y medio estuvo ingresado sin saber que ya no saldría de allí. Cuarenta y cinco días de calvario para su familia hasta que la muerte le ganó la batalla el 30 de abril.
¿Pudo salvarse Emilio si las medidas de confinamiento se hubieran decretado antes? Nadie lo sabe, lo que es cierto e incuestionable es que el coronavirus ya se movía a velocidad de vértigo por Madrid a mediados de febrero
Este pequeño homenaje, que me nace del alma, se lo dedico a su familia y a él, si nos ve desde donde se encuentra ahora. Y también a todos los «Emilios» de España que se van de este mundo anónimamente porque no tienen quien les escriba un obituario.
¡Por ti, Emilio, mi «chapucillas» gentil!¡Nunca te olvidaré!
Ana Molina: escritora
07/05/2020