Quién iba a pensar que una niña de provincias, nacida en la tierra de la Alhambra, cobijada por los Montes de la Hoz y arrullada por el Río Velillos, una niña de pueblo, sin bagaje cultural, pero con unas ganas tremendas de comerse el mundo, enamorada de su tierra, de sus olores, de su cielo estrellado, de los perfumes de azahar y jazmín, acostumbrada a pasear por los jardines del Generalife, de pasar las tardes de domingo a orillas del Río Genil, en las terrazas de Las Titas, un mágico lugar donde se degustaba sangría y “perdices”, que a pesar de su rimbombante nombre, sólo eran patatas asadas aderezadas con sal y pimienta, levantaría el vuelo y dejaría el paraíso para ir a Madrid, una ciudad tan lejana como desconocida.
Madrid, nunca fue mi intención echar raíces en tu suelo, sino volver a la ciudad donde nací y pasé mi primera juventud.
Pero fue pisar tus calles, contemplar tus avenidas, tus bulevares, tus museos, y sentirme atrapada por esa magia que desprendes y sentir que había encontrado mi lugar en el mundo. Fue una noche de Noviembre cuando me enamoré de ti con un amor apasionado que aún perdura. Un amor que ha superado épocas difíciles en las que llegué a creer que nuestro idilio había acabado. Pero no, porque siempre que viajo vuelvo a ti convencida de que nuestro amor es indestructible, porque somos una pareja de enamorados que a veces no se soportan, pero que no pueden vivir el uno sin el otro. Fue en Gran Vía esquina con Alcalá donde se produjo el flechazo. Estaba cerca la Navidad y las luces te engalanaban. Cibeles y su vecina, la Puerta de Alcalá, el Palacio de Linares, pleno de hechizos y de fantasmas, el Palacio de Correos, todo refulgía con el esplendor que tu coqueta hermosura y tus hechuras de don Juan, acostumbrado a conquistar, lucía para la ocasión. Luego quise conocerte más y me fui a la Plaza Mayor para contemplar a los turistas con las bocas abiertas, admirando tu poderío. Recorrí tus calles y plazas, comí bocadillos de calamares, churros y chocolate en San Ginés y me extasié paseando por el Retiro, el parque más bonito de Europa, y viví las tardes del Café Gijón, con sus escritores y actores, bohemia pura de una época que se fue. Y aquí sigo, después de tantos años, convencida de que no hay otra ciudad como tú a la que yo, y porque me ha dado la gana, he querido dar el título de galán.
Ana Molina
06/05/2019
Pero fue pisar tus calles, contemplar tus avenidas, tus bulevares, tus museos, y sentirme atrapada por esa magia que desprendes y sentir que había encontrado mi lugar en el mundo. Fue una noche de Noviembre cuando me enamoré de ti con un amor apasionado que aún perdura. Un amor que ha superado épocas difíciles en las que llegué a creer que nuestro idilio había acabado. Pero no, porque siempre que viajo vuelvo a ti convencida de que nuestro amor es indestructible, porque somos una pareja de enamorados que a veces no se soportan, pero que no pueden vivir el uno sin el otro. Fue en Gran Vía esquina con Alcalá donde se produjo el flechazo. Estaba cerca la Navidad y las luces te engalanaban. Cibeles y su vecina, la Puerta de Alcalá, el Palacio de Linares, pleno de hechizos y de fantasmas, el Palacio de Correos, todo refulgía con el esplendor que tu coqueta hermosura y tus hechuras de don Juan, acostumbrado a conquistar, lucía para la ocasión. Luego quise conocerte más y me fui a la Plaza Mayor para contemplar a los turistas con las bocas abiertas, admirando tu poderío. Recorrí tus calles y plazas, comí bocadillos de calamares, churros y chocolate en San Ginés y me extasié paseando por el Retiro, el parque más bonito de Europa, y viví las tardes del Café Gijón, con sus escritores y actores, bohemia pura de una época que se fue. Y aquí sigo, después de tantos años, convencida de que no hay otra ciudad como tú a la que yo, y porque me ha dado la gana, he querido dar el título de galán.
Ana Molina
06/05/2019