«Te perdiste los olores
de tu pueblo en el verano
de los trigos en las eras
de los mirtos y los nardos…»
─Mándame
ropa de abrigo, Juan, que no puedo soportar el frío que hace aquí.
Esta frase
iba incluida en una de las escuetas misivas que Francisco Molina Olmos, vecino
de Olivares de Moclín, (Granada), prisionero en el Stalag VIII-C, Sagan,
campo de prisioneros de guerra alemán en Silesia, actual Polonia, le enviaba
a su hermano Juan, combatiente republicano con el grado de capitán que como muchos
otros españoles, incluido su hermano menor, Francisco, y su cuñado, Antonio,
padre de la que esto escribe, tuvieron que exiliarse en Francia huyendo de la
represión franquista. Antonio regresó al poco tiempo fiándose de las promesas
que los emisarios franquistas les hacían prometiéndole que no les pasaría
nada. No fue verdad porque le encarcelaron nada más cruzar la frontera. Juan permaneció
en Francia pero tuvo suerte y encontró trabajo en una granja donde la dueña
le escondía cuando los nazis y los gendarmes les buscaban para enviarlos a los
terroríficos campos de exterminio nazi.. Francisco fue apresado mientras
trabajaba por y para Francia en las CTE y junto a otros muchos españoles fue
trasladado al citado Stalag donde permaneció un año aproximadamente.
Juan era
su único consuelo pues, con sus escasos ahorros, le mandaba paquetes con
comida, tabaco y ropa.
«..Ya cayeron las hojas de los árboles
Como cada otoño desde siempre
Y las nieves con toda su crudeza
Se hicieron perpetuas, omnipresentes…»
Francisco sobrevivió
relativamente bien durante este tiempo gracias a la ayuda de su generoso y
buen hermano, pero un día, sin previo aviso, le mandaron subir en un tren de
ganado junto a otros 12 prisioneros españoles y les mandaron, vía Breslau, otra
ciudad polaca, a Mauthausen, donde llegó el día 17 de Septiembre de 1941. Francisco
no sospechaba que este traslado iba a suponer un calvario mucho peor que el
sufrido en el Stalag de Sagan pero pronto pudo comprobar que sus padecimientos
no habían hecho más que empezar.
Hacinados
en barracones infectos, sin ropa de abrigo, sin comida y con unas
temperaturas de muchos grados bajo cero, los prisioneros se arrebujaban unos
con otros en un infructuoso intento de darse calor.
Pero, ¿qué
calor podían darse unos cuerpos famélicos y enfermos?
La noche
pasaba lentamente entre tiritonas y llantos ahogados. De madrugaba, los
nazis, y kapos del campo aparecían para increparles, vejarles, humillarles, y
llevarles al trabajo. Subir los 189 escalones cargados con una enorme piedra
en sus espaldas, bajar, subir, volver a bajar… y así, durante todo el día.
Francisco
está débil y su escuálido cuerpo no puede aguantar el ímprobo esfuerzo. Al
mes siguiente, concretamente el día 20 de octubre, es trasladado a Gusen, «el
matadero de españoles», donde las condiciones de vida son infinitamente
peores que en Mauthausen. Francisco
enferma de los bronquios y el intenso frío de aquel invierno, la carencia de
alimentos y los malos tratos que recibe, junto al durísimo trabajo a la
intemperie, no contribuyen precisamente a su mejoría.
─¡Aguanta,
chaval, aguanta!… o estos te matarán si te ven enfermo ─le susurra un
compañero.
Francisco
se hizo un hombre entre trincheras y cañonazos, luchando desde los 19 años
cuando apenas era un niño, sabe de padecimientos y privaciones, de vivir en
peligro, pero esta barbarie actual apenas la puede soportar. Piensa que es un
mal sueño, una pesadilla que pronto terminará y podrá volver a su pueblo, a
sus Olivares. Quizá aquella chica que tanto le gustaba, aún esté esperándole…
quizá…
Aguanta
unos pocos días más, sin perder la esperanza, sacando fuerzas de su férrea
voluntad, y de su noble carácter. Piensa mucho en su hermano y en su familia
del pueblo. Desde que le trasladaron no ha podido escribir. Ni siquiera se
puede imaginar la desesperación de Juan cuando Cruz Roja le devuelve el
último envío por no haber encontrado al destinatario.
El tiempo
se acaba para Francisco. El día trece de Enero de 1942 cumplió 25 años, pero
apenas fue consciente de ello. Tose mucho, tiene un fuerte dolor en el pecho
que apenas le deja respirar. Está tan débil y enfermo que al día siguiente no
puede levantarse para ir a trabajar y la fiebre le consume. A las 9 de la
noche le van a buscar. Francisco cree que le llevan a la enfermería, pero no.
Junto a otros prisioneros es obligado a subir a un camión y luego cierran las
puertas. Es el camión de la muerte de Gusen, una cámara de gas móvil donde asfixiaban
a los pobres que ya no eran útiles ni podían trabajar.
Francisco
Molina Olmos fue asesinado el día 14 de enero de 1942 a las 9,25 de la noche.
El día antes había cumplido 25 años.
Pero él no
murió ese día porque siempre ha estado presente en los corazones de su
familia que, a pesar de los años transcurridos, le honra y le honrará
mientras quede una gota de sangre Molina en este mundo.
La historia
de su vida la podéis conocer en el libro que su sobrina, Ana Molina,
escribió. Se llama, La Carta que nunca pude Enviar. Editorial Punto Rojo.
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lunes, 14 de enero de 2019
FRANCISCO MOLINA OLMOS IN MEMORIAN
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