martes, 17 de mayo de 2016

GUSEN





Ayer regresé de un viaje que, sin duda, ha marcado mi vida para siempre. Decir que he estado en el país de los horrores, es quedarme corta. En Gusen, Hartheim, Ebensee y Mauthausen el sol no luce nunca porque aún oscurece el firmamento el negro humo de los miles de personas inocentes que allí fueron quemadas. La visión de nuestro cómodo día a día desaparece para engullirnos por completo y sumergirnos en el mundo del horror y la crueldad. Para mí que tengo un ser cercano exterminado en semejante lugar, ha sido terrible y sin poder evitarlo he pensado constantemente en él. He tratado de empatizar con su desgracia en el escenario donde fue torturado y exterminado pero es imposible imaginar lo que él sufriría, el hambre, el frío, el dolor…es imposible. Mi tío murió en Gusen, un campo  de categoría III, es decir, de no retorno. Los prisioneros que llegaban a ese matadero no salían vivos y apenas eran capaces de aguantar unos meses, justo los que sus fuerzas se mantenían y eran capaces de trabajar. Luego, cuando desfallecían o enfermaban, la muerte más horrorosa.

Lo que más me ha llamado la atención de este horrible lugar, es que sobre los terrenos que antes constituían el campo en sí, ahora se levantan unos coquetos chalecitos unifamiliares con sus jardincillos y sus macetas. La arcada de piedra de la entrada del campo ahora forma parte de un imponente casoplón rodeado por un impresionante jardín. Pero el aspecto bucólico de la población  no consigue esconder la miseria de sus habitantes, su mezquindad y falta de arrepentimiento. (Yo sería incapaz de vivir en un lugar regado por la sangre de miles de víctimas inocentes y pisar sobre sus cenizas, pero, a ellos, esto parece no molestarles lo más mínimo)

 A pesar de que en el Memorial dedicado a las víctimas se esperaba una gran cantidad de visitantes de distintos países que acudían a rendir homenaje a sus muertos, ni una sola ventana, ni una sola puerta, se abrió para recibirles y solidarizarse con su pena, ni un solo transeúnte en la calle, ni una pancarta de bienvenida, ni un solo cartel que recuerde a sus víctimas. Así es el pueblo austriaco de Gusen, un lugar antes lleno de simpatizantes nazis y,
ahora, 71 años después de la liberación del campo, un tétrico y fantasmal pueblo donde la belleza de sus paisajes no consigue esconder la mezquindad de sus vecinos.
Saludos.